Puede que éste no sea un lugar de muchas palabras, pero sin duda será un lugar de mucho significado.

lunes, 21 de marzo de 2011

De lunas llenas, zombis y brujas

Cuando tenga un hijo, si llega el día en el que tenga la paciencia y el coraje de criar uno aunque no tenga ni mis genes ni quiero que tenga mis hábitos, intentaré lo más que pueda contarle historias. Siempre.

Y le diré que hace mucho tiempo una mujer se enamoró del Sol y viajó al espacio para perseguirlo en un globo gigante, el cual llevaba una fotografía de su cara. Le diré que la Luna crece y decrece porque es imposible que una mujer enamorada, que siempre está suspirando, tenga tanta fuerza en los pulmones como para mantener el globo siempre lleno al máximo. Le contaré que las estrellas son las lágrimas que ella derrama cuando al terminar el día ve que aún no lo ha alcanzado y que, como está en el espacio y lejos del Sol, esas lágrimas se congelan y se vuelven diamantes que brillan.

Cuando tenga un hijo, si lo tengo, quiero que tenga ilusión. Y esperanza. Aunque en la vida siempre hay que llevarse algún palo, quiero que se emocione con las pequeñas tonterías como escuchar el susurro de los árboles, oler la brisa del atardecer, ver una ciudad entera desde una azotea, ver patos en un estanque, darles de comer... Tenga la edad que tenga. Quiero que no sea uno de esos zombis que no muestran emoción por nada y te arrastran a su desilusión crónica, volviendo todas sus palabras burbujas de aire que no significan nada.

Cuando tenga un hijo, si tengo la paciencia y el coraje de tenerlo, quiero transmitirle la importancia del cariño, de los abrazos, de cómo una mano frotando una espalda puede alejar muchos males. Y que no le falten nunca a él.

Por eso quiero contarle historias. Porque en el mundo hay demasiados zombis que olvidaron qué es el amor y perdieron la esperanza. Porque es difícil mantenerla en los momentos difíciles. Y porque más difícil aún es transmitirla. Quiero que él disfrute de la vida y haga que los demás también la disfruten. Sin zombis.

Y que nunca le falten las sonrisas ni los abrazos.

Autor: Samuel Damián Palenzuela Pérez (al menos virtualmente)

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