Mientras ella no era capaz de descifrarlo, yo lo veía claramente. No había nada que hacer, el cambio se había realizado. Era un cambio de perspectiva, de mundo, de vida. Era un salto hacia la realidad, pero no hacia aquella realidad austera y gris, sino a la realidad bonita, esa que te hace sonreír, esa que te llena la casa de objetos de valor.
Y sin pensarlo, me dejé llevar. Dejé que el sol inundara mi cara, que un pequeño rincón de la ciudad se convirtiera en un lugar al que volver.
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