Tu suave roce me hiela la sangre, tu luz me deja perplejo. Tu tranquilo descenso me calma, tu color me inspira. Tu inconfundible forma me encandila, tu magia me excita.
Y llega el momento. Un momento lleno de pasión, de dulzura a rebosar. Un momento en el que todo se vuelve uno. El odio y el amor se fusionan, la felicidad y la tristeza se unen, la furia y la pereza no importan más. Un momento en el que los pensamientos fluyen como hojas secas que caen al río. La muchacha del segundo descansa, tras un ajetreado día de trabajo; dos compañeras de piso discuten acerca de quién debe qué a quién; una pareja disfruta de una deliciosa cena italiana para dos en el restaurante más caro de la ciudad; una niña juega con su muñeca ajena a todo lo que pasa en el mundo.
Y en medio de todo esto, de todo este gran caos, esta disparatada amalgama sin mesura, tú decides bendecirnos con tu sagrado toque, que alcanza por igual a todo el mundo. Caes y llenas todo a tu alrededor de la blancura que demuestra que todo seguirá igual después de marcharte, que nada cambiará, que seguiremos todos viviendo nuestras vidas y que no hay nada que podamos hacer para evitarlo.
Rescato texto del pasado viniendo bastante a cuento
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