San Valentín siempre me acaba afectando más de lo que me gustaría. Quizá sea por el transcendentalismo de que una multitud mundial se movilice a la vez con un mismo patrón y un mismo objetivo. Quizá por las ganas de los medios de hacer de todo un acontecimiento. El caso es que finalmente acabé buscando una buena imagen para este día. Buscando a mi alrededor me di cuenta de que tenía varias cosas que, consciente o inconscientemente, convertían al amor en un eje transversal en el transcurso de mi vida. Era lo que siempre había buscado.
Entonces, y en un intento por amainar el daño que yo mismo me estaba haciendo, me dispuse a llegar a la misma conclusión de siempre: el amor está sobrevalorado. Pero sólo estaría engañándome a mí mismo. Indagué en cómo el amor había llegado a ser lo que es hoy.
El amor es algo deseado, codiciado. Algo que se define como difícil de encontrar, algo que pocos pueden disfrutar. Este régimen de escasez del que de repente me convertí en descubridor no es más que el problema en cuestión. Estamos faltos de amor. Pero el amor está en todos nosotros, lo creamos y podemos darlo, con un sencillo beso o una palabra bonita. No pude sino preguntarme, ¿Cómo llegamos a esta situación?
Parece fácil responder a esta pregunta si sólo miramos a nuestro alrededor. Vivimos retraídos, somos huraños. El esfuerzo gratuito es algo del pasado. Buscamos algo a cambio en todo lo que hacemos. No sin razón llevo tiempo profiriendo la frase "cada uno se mueve por lo que le interesa". No es de extrañar que esta conducta se extrapole a todo lo que le damos valor, incluso a aquello que está dentro de nosotros y con lo que tenemos el deber de promulgar como amantes que es esto de lo que estamos hablando.
Lo que no comprendemos es que el amor es un arma de doble filo, en el más bonito sentido que esta expresión pueda tener. Es decir, el amor se recibe en proporción a lo que se ofrece. Y lo que se ofrece sólo se ofrece cuando se recibe. Si nos llevamos toda la vida esperando recibir nos quedamos todo el amor que tenemos para la tumba, y así seguimos en este bucle. Por eso, exigimos cambio.
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