Sus cejas estaban arqueadas, con los nacimientos casi tocándose e inclinados hacia abajo. Sus ojos miraban fijamente, como una fiera se fija en su presa. Me penetraba con su mirada al tiempo que yo no podía dejar de mirar a esos ojos que hacían que en mi interior algo se encendiera cual llama olímpica. Fulgurante, atrevida e implorosa.
Una mirada, eso fue todo. Mi cuerpo ardía en deseo y él se limitaba a mirar. Esbozaba una sonrisa, al tiempo que me derretía. Una mirada, mientras yo me iba.
Una simple mirada, que denotaba deseo. Más que suficiente para tirarme todo el verano buscándola de nuevo.
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