Exactamente igual que ocurre con la inspiración, nuestras más bajas pasiones nos nutren.
Continuamente expulsamos libido y demás sustancias sexuales mediante las posturas, las miradas e incluso las palabras. A modo de espiración soltamos lo que llevamos dentro denotando que algo nos va faltando. Nuestro organismo ya sabe que eso que suelta lo va a tener que recuperar por algún lado.
Incluso, cuando la falta se prolonga demasiado, tenemos ese momento de éxtasis, ese parón en el que nuestro cuerpo se está preparando para tomar una bocanada bien grande. El cuerpo se acelera, la mente trabaja rápido mientras que vamos perdiendo control sobre ésta.
Es entonces cuando tomamos aire. La sangre baja a terreno oculto y cubre nuestra mirada y nuestro pensamiento. Dejamos de ser nosotros mismos para ser alguien expandido, desinhibido. El vicio se convierte en nuestro oxígeno, bebemos de nuestra piel esa miel que nos permite seguir viviendo.
Porque somos animales. Tenemos necesidades.
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