Creo que fue un ejercicio interesante. El jazz de fondo daba esa atmósfera de quietud a aquel lugar que lo alejaba de todo, nos refugiaba, convertía lo de adentro en lo único, si bien lo de afuera seguía siendo lo importante. La forma de ser tan particular, "aunténtica", como dirían algunos, me enseñaba que en algún lugar recóndito esa persona había estado viviendo, comiendo, sufriendo, llevando su propia existencia a un lugar mientras en el camino, por un momento, se cruzaría con la mía.
No sabía nada de ese objeto, pero notaba su valía. Y cuando me puse a jugar con él no sabía cómo usarlo. Ese objeto no me pertenecía.
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