Puede que éste no sea un lugar de muchas palabras, pero sin duda será un lugar de mucho significado.

martes, 9 de marzo de 2010

Érase una vez...


... un aguerrido caballero de brillante armadura y resplandeciente espada que no conocía la derrota. Su fuerza, resistencia, voluntad y tesón sólo eran comparables con sus ganas de vivir. Siempre se imponía retos. Su idea era no sólo superarse a sí mismo, sino también al resto de peligros que acechaban la vida en una época en la que o luchabas o morías. Todo el mundo lo quería, sus acciones heroicas le habían llevado a ser considerado un hijo directo del dios de la eficacia, la benevolencia y el buen humor. Incluso una vez, en busca de una aventura más para su lista, se adentró en los profundos bosques de las tierras del norte, donde tuvo que superar las vicisitudes del frío, la nieve, los lobos y la soledad.


Un buen día, le presentaron una dama. Ella era una honrada extranjera, de generosas curvas y cabello ensortijado con algunas trenzas que parecían escaleras al limbo. Sabía que esa era su dama. No se preocupaba demasiado, pues no había hombre que le hiciera frente. Ella no dudaría en elegirlo a él. A las pocas semanas apareció un hombre que jamás había visto. Él no era débil, ni ingenuo, pero en ninguno de los dos ámbitos superaba a nuestro héroe. Todo vestido de negro, cabizbajo y con el cabello trenzado aparentaba ser un vagabundo.

Se presentó a la dama como si tuviera el derecho y la clase necesarios para el cortejo de una mujer de dicha categoría. Por supuesto no era rival, sin embargo, desconcertaba al héroe. No sabía porqué, pero la dama se retrasaba, no se decidía a elegir un pretendiente. El día de la elección, el héroe no se esperaba nada. Iba caminando por la ciudad cuando, al cruzar una esquina, volvió la vista atrás, y vio cómo el vagabundo tendía el brazo por encima de la bella dama.

No podía entenderlo. No sabía qué tenía aquel hombre que había cautivado a la muchacha. La furia se apoderaría de él, pero su temple lo calmó, y ofreció una vez más su sonrisa característica a los transeuntes. Durante unos días, estuvo dándole vueltas al tema a todas horas. No podía quedarse sin saber porqué había elegido al vagabundo. Por fin se decidió a preguntarle a ella directamente. Cuando la vio se dirigió sin más a ella y le dijo: “¿Qué tiene él que no tenga yo?”, a lo que ella respondió: “No lo sé. Simplemente me gusta”.

Aquel día el héroe aprendió una de las lecciones más valiosas de la vida. Ni los viajes, ni sus batallas, ni siquiera las experiencias vividas habían sido capaces de enseñarle a nuestro héroe lo que éste acababa de comprender. Nadie está a salvo de los avatares del destino, todos están supeditados a los antojos del azar. Para su consuelo, también aprendió que no hay héroe sin derrota.

No hay comentarios:

Publicar un comentario